Muchas personas acuden a terapia para encontrar a alguien que las ayude a ser quien deberían ser, piensan que eso les dará la felicidad, la casa que están buscando. Una gran propuesta es hacer justo lo opuesto, que dejen de intentar ser quienes no son y acepten su vulnerabilidad, su debilidad, sus partes más oscuras. El camino es descubrirse, llamarse como uno es, luego poder descubrir y amar a los hijos como son, no intentar transformarlos en un ideal de perfección, sino querernos en nuestra humanidad.
A menudo los padres dudan realmente sobre sus hijos, son tantas las ideas preconcebidas sobre qué es bueno, qué deberían querer, qué deberían hacer, qué les hará bien y con todo esto se pierde de vista la individualidad de cada niño. En una ocasión leí que una madre sufría porque a su hijo de 10 años le iba mal en el colegio, ella había elegido un colegio muy exigente y al niño le costaba mucho seguir el ritmo. Ella decía: “sólo quiero lo que es mejor para él” y pagaba a profesores particulares para que lo ayudaran. En realidad lo que ella necesitaba trabajar era ver a su hijo cómo era realmente. Para que se despojara de sus ideas se hizo que aquella madre observara como su hijo estaba angustiado, que no se lo pasaba bien, que tampoco se llevaba bien con sus compañeros de clase, finalmente se dio cuenta que lo mejor era cambiar de escuela con una atención más personalizada y con un programa y música para que su hijo disfrutara.
Estar emocionalmente presente significa mostrarse, ver al otro, tener un encuentro. A veces la sensación de los hijos es que son unos desconocidos para los propios padres porque éstos sólo ven lo que desean ver y para ser queridos, los hijos, tratan de actuar de acuerdo con ese anhelo. Tendríamos que tomarnos la molestia de descubrir quién es nuestro hijo, ayudarle a que saque lo mejor de sí en vez de imponerle un modelo externo, que quizá también nos impusieron.
Gran parte de la rebeldía de los hijos es la consecuencia de comprobar que los padres piden según unas normas que no les hacen felices, pero aún así intentan imponérselas a sus hijos. Se trata de aceptarnos incondicionalmente, no de ser diferentes. Si hay algún cambio verdadero sólo será posible si descubrimos cómo somos, y qué queremos desde dentro, confiando en lo que sentimos, en nuestros deseos, así podremos enseñar esta forma de ser a nuestros hijos, estando presentes con nosotros mismos y ayudándolos a ellos a estar presentes y ser verdaderos.
Necesitamos revisar nuestra idea de verdad, pues no hay una verdad absoluta. Descubrir nuestra manera específica y personal de ser y validarnos como somos, en definitiva, estar presentes emocionalmente, aceptarnos en todo lo que somos, sin ideas preconcebidas. Deberíamos aceptar, incluso, que nos equivocamos y que sólo así podemos aprender. Tal vez no estuvimos presentes con nosotros, tal vez no primó realmente nuestros hijos, tal vez ni siquiera estuvimos presentes físicamente.
Nunca es tarde, los hijos siempre desean conectar con los padres, siempre ansían su amor y su aprobación genuina. La vida es aprender a vivir, a descubrir cuál es su sentido, cuál es el verdadero potencial que podemos ofrecer y comprender, que las ideas preconcebidas nos aleja de nuestro verdadero ser. El mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos es confiar en su intuición y enseñarles a ser ellos mismos, conocerlos y ayudarlos a conocerse.
ESPERO QUE ESTE LIBRO TE AYUDE TANTO COMO A MI