El contacto cotidiano y las oportunidades de juego espontáneo en la naturaleza estimulan todas las capacidades infantiles mucho más que los espacios cerrados. Además, impulsan el crecimiento de un sentimiento de amor y armonía con el mundo que redundará en una generación futura interesada en la ecología y dispuesta a cuidar y preservar la Tierra. Tal vez por ello, en su sabiduría innata, los niños ingleses, suecos y españoles, recientemente entrevistados por Unicef, eligieron mayoritariamente pasar su tiempo de ocio en el campo, jugando con sus familiares y amigos, frente a otras opciones. Pero “el verde” no solo fomenta el vigor físico e intelectual: su efecto calmante y relajante nos ayuda a descansar de la tensión acumulada por nuestra frenética vida “civilizada”, y tiene un efecto terapéutico sobre muchas dolencias infantiles, como el conocido TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad). Después de pasar tiempo en la naturaleza, los niños diagnosticados con este síndrome tienen más facilidad para concentrarse y seguir una disciplina. También quienes sufren trastornos de conducta se vuelven más sociables, y el juego en entornos naturales reduce o elimina por completo los problemas de acoso. Se ha comprobado que la naturaleza minimiza el impacto del estrés en la vida de los niños y los ayuda a afrontar situaciones adversas como la falta de atención o los problemas familiares.
Afortunadamente, no es preciso trasladarse a gran distancia de nuestro domicilio: unos minutos diarios en un parque cercano permiten obtener muchos de sus beneficios. Incluso disponer, simplemente, de ventanas con vistas a árboles y plantas puede ser suficiente: la dulzura de la naturaleza nos permite descansar de la fatiga acumulada por un exceso de atención concentrada durante el trabajo, el ocio tecnológico o los estudios.
Tras esta larga lista de bondades, alguien podría preguntarse por qué razón los humanos en general, y nuestros cachorros en particular, necesitamos el contacto con la naturaleza. Por qué, como señala el escritor estadounidense Richard Louv, autor del libro Last child in the Woods, “El último niño de los bosques”: “cuanta más tecnología y más civilización desarrollamos, más precisamos la naturaleza”TE RECOMIENDO ESTE EXCEPCIONAL LIBRO QUE A MÍ ME APORTÓ TANTO
Aunque en nuestra cultura tendemos a pensarnos como seres separados de la naturaleza y autónomos, formamos parte de una gran familia de vida. Nuestros cuerpos están íntimamente conectados al mundo natural, formados por los mismos elementos que la Tierra: sus minerales, aire y agua son nuestros huesos, nuestro aliento y nuestra sangre. Y como saben desde hace milenios los pueblos indígenas, nuestro planeta es un organismo vivo, una especie de gran animal, un todo coherente, autorregulado e interdependiente cuya finalidad es el cuidado y la protección de la vida en toda su diversidad. Así lo expresaba en los años 70 el químico James Lovelock y, desde entonces, muchos otros científicos trabajan en esta hipótesis.
Al vincularnos con muestra familia de vida, viajamos hacia lo más grande y alejado, y hacia lo más íntimo y cercano. “La naturaleza nos pone en nuestro lugar, nos sitúa dentro de un marco más amplio, en relación con todo”, explica la educadora escocesa Claire Warden. Y nos ayuda a centrarnos en lo realmente importante, a recuperar nuestra autenticidad y la confianza en la bondad e inteligencia de la vida, dentro y fuera de nosotros.