Ésta es la historia real de una joven que, por desgracia, no tuvo un final feliz. La falta de tolerancia, amor y comprensión que vivió en su propio núcleo familiar, la llevó a tal nivel de desesperación, que el día 27 de Diciembre de 2014, decidió acabar con su propia vida.
Leelah sólo tenía 17 años, y había nacido como Joshua Alcorn, en el seno de una familia muy religiosa. Según la nota de suicidio que dejó, desde los 4 años de edad se sintió distinta, como una niña encerrada en el cuerpo equivocado. Por entonces era demasiado joven para comprenderlo, siguió comportándose según lo esperado en un niño de género masculino. Gracias a Internet,a los 14 años Leelah descubrió lo que significaba ser transgénero, y según ella misma relataba, lloró de la alegría. ¡Al fin sabía quien era!
Enseguida se lo comunicó a su madre, quien, para su sorpresa, recibió la noticia de forma extremadamente negativa y le dijo que era “sólo una fase”, que nunca sería una chica de verdad, que Dios no comete errores y que estaba equivocada. Además, su madre comenzó a llevarla a terapias de reconducción, cuyos terapistas, llenos de prejuicios, en vez de ayudarle con su incipiente depresión, se ocuparon de reforzar lo “erróneo” de su conducta y crear en ella una cierta culpabilidad.
La terapia no hizo más que empeorar su situación emocional. Ella sabía perfectamente quien era y sus padres eran incapaces de aceptarla. Todo empeoró mucho más cuando, al declararse gay en su escuela tras cumplir los 16 años, sus padres decidieron aislarla: Le sacaron del colegio público al que atendía, le quitaron el teléfono y el ordenador y prohibieron cualquier interacción con las redes.
Pasó 5 meses así, sin ningún tipo de apoyo, al tener prohibido relacionarse con sus amistades, afrontando sola su depresión. Aunque “levantaron el castigo”, el daño que se produjo en Leelah fue irreparable. Sus padres no cedían en su punto de vista, y ella perdió toda la esperanza de poder llevar una vida feliz en un futuro. Veía que la gente a su alrededor estaba en su contra y terminó creyéndose, sinceramente, que jamás podría ser feliz.
A pesar de todo ésto, sus padres aún después de muerta siguieron sin respetar los deseos de su hija. En una entrevista, su madre se refirió a ella continuamente como a un chico, y fue enterrada con su nombre de pila, Joshua. Tras una semana de su muerte, consiguieron que la plataforma Tumblr, que alojaba el blog de su hija, borrase su cuenta, desde entonces inaccesible.
Como última voluntad ella pidió que absolutamente todas sus posesiones fuesen vendidas y los beneficios, junto al dinero en su cuenta bancaria, fuesen
donados a cualquier organización de derechos civiles para la gente transgénero y a grupos de apoyo. Dijo que sólo descansaría en paz cuando la gente como ella fuese tratada al fin como seres humanos, con sentimientos válidos, y derechos. Pedía además una educación desde edad temprana para comprender los géneros. Quiso que su muerte tuviera significado. “ Por favor, arreglad la sociedad” rezaba la última frase de su nota.
Hizo además, un llamamiento a los padres: “Si estás leyendo esto, padres, por favor, no le digáis esto a vuestros hijos (Ref. a la respuesta de su madre al confesarse transgénero) Incluso aunque seáis cristianos, o estéis en contra de la gente Transgénero, nunca jamás le digáis eso a alguien , especialmente a vuestros hijos. No hará más que hacer que se odien a si mismos. Eso es exactamente lo que me hizo a mi”
Ella deseaba un mundo tolerante, que dejase de estigmatizar a la gente por su forma de entender su propia sexualidad, quería una sociedad comprensiva que fuese capaz de acoger a todos con amor, aún cuando resultase complicado comprender aquello que nos diferencia. Una sociedad dispuesta a educar a las nuevas generaciones en la diversidad, en vez de oprimir y fomentar la exclusión de aquellos a quienes se consideran distintos. Un mundo donde todos puedan ser felices.
¿Acaso es una meta imposible?
Aunque lleve tiempo, se puede conseguir. Si algo desentrañamos de la historia de Leelah, es que la implacable actitud negativa de sus padres atrajo, inevitablemente, el malestar, el rencor y la desesperación a su hija; una actitud positiva, alguna mínima muestra de apoyo, un pequeño esfuerzo por comprender sus emociones, en vez de pretender reformar su “conducta inapropiada”, hubiera podido cambiar por completo su desenlace.
OS INVITO a trabajar para poder cumplir su deseo, que también es el de millones de personas. Podéis comenzar con cosas pequeñas, como siendo más amable con la gente que os rodea, evitando prejuzgar, siendo más pacientes… te sorprenderías al saber hasta qué punto, tu forma de tratar a los demás puede marcar una diferencia en sus vidas. Hagamos de la comprensión, del amor, un hábito; conseguiremos que ésta actitud se vaya expandiendo. Pues todos merecemos ser tratados con amor y respeto. Todos merecen sentirse apoyados. Porque nadie debería creer que no les espera la felicidad, que no merece la pena seguir luchando. Para que Leelah y muchos otros, puedan descansar en paz, viendo sus sueños cumplidos.
¿Te animas a formar parte del cambio?