Nuestra forma de ver el mundo y de interactuar con él modifica el modo en el que este responde ante nosotros. Nuestra forma de ser, de asumir las cosas, la actitud ante la vida, afecta notablemente a nuestra salud a nuestra riqueza y a nuestro bienestar en general. Los psicólogos han desarrollado una serie de técnicas para medir estas mentalidades tan dispares, optimismo y pesimismo y traducirlas en unos patrones de actividad específicos que se encuentran alojados en el propio cerebro, el entramado de fibras nerviosas qué conectado a las áreas contemporáneas de nuestro cerebro pensante con las antiguas regiones que controlan nuestras emociones más primitivas, conforman los diferentes aspectos de nuestra mente afectiva.
La parte que corresponde con el cerebro pesimista siempre tiende a destacar lo negativo, mientras que nuestro cerebro optimista nos empuja hacia todo lo bueno de la vida. Ambos son esenciales y el equilibrio entre estos dos sistemas, es lo que en última instancia hace que tú seas tú y yo sea yo. Nuestra mente es la que da significado a nuestra vida, haciendo que conectemos con todas aquellas cosas que son verdaderamente importantes. El afecto empapa de significado nuestra mente y permite que la ajustemos para afrontar aquello que puede hacernos daño y nos sirva de alerta de lo que podría ir mal, nos arrastre hacia todo lo que es bueno para nosotros y ponga de relieve los placeres y las alegrías de la vida.
A través de millones de años de evolución las antiguas estructuras neuronales han llegado a establecer vínculos con las regiones cerebrales más recientes desarrollando una serie de circuitos y redes que nos permiten sintonizar con todo lo que resulta importante, las sutiles diferencias en la capacidad de reacción de estos circuitos del cerebro afectivo dan como resultado una serie de actitudes y de puntos de vista profundamente divergentes sobre la vida. La mente afectiva, es donde encontraremos las respuestas que explican porque los seres humanos somos tan diferentes unos de otros, nuestra mente afectiva nos otorga el alma, prende la llama de nuestra vida.
Esta capacidad para experimentar y sentir emociones la compartimos con muchas otras especies, pero cuando se relaciona con nuestra expandida corteza cerebral esa parte del cerebro que nos dota de nuestro singular talento cognitivo para hablar, pensar y resolver problemas es nuestra mente afectiva, la que nos permite situarnos por encima del resto de la biología, esta intersección gloriosa entre pensamiento y sentimiento nos permite sentirnos embelesados ante la inquietante belleza de una puesta de sol, o llorar conmovidos por unas notas musicales.
Esa misma combinación de regiones del cerebro antiguas y contemporáneas también presenta un inconveniente: nos hace ser vulnerables a la angustia existencial. Podemos sentirnos abrumados por el terror y las preocupaciones y quedarnos postrados.
Ciertas personas tienden a poner de relieve el lado oscuro de la vida, tanto cuando se encuentran en los extremos de la ansiedad y la depresión como cuando sienten el mas leve recelo; los problemas se consideran fracasos en lugar de percibirse como oportunidades. Los optimistas, en cambio, están atentos ante cualquier oportunidad que pueda surgir y no dudan en lanzarse a la piscina, con botas y todo.
Una buena evidencia científica nos señala que estas diferencias afectan al grado de felicidad que sentimos, al éxito que alcanzamos e incluso a la salud.
Si reaccionamos de forma positiva y optimista ante todo lo que nos sucede en la vida, conseguiremos ser mucho más felices.