Aquí os dejo el primer capítulo de mi nueva novela para que lo leáis tranquilamente y os animéis a conocer la historia completa de Leronette….¡y por supuesto para que me digáis que os parece!…¡Qué emoción!…¡Espero que os guste!
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1 DE BUSCADORA A ENCONTRADORA
Leronette recorría su piel de ébano con una esponja húmeda impregnada en un aromático aceite esencial con toques orientales, completamente rodeada de espuma . El calor del agua de su amplia bañera le iba reconfortando poco a poco después de un día bastante desastroso. Por primera vez desde hacía semanas, disfrutaba de un tiempo sólo para ella y para su intimidad.
Sostuvo con sus finos y alargados dedos la copa de champán que se había preparado, mientras observaba como las burbujas subían por las paredes del cristal de esa copa hecha a mano, con incrustaciones de vivos colores de procedencia checa. Leronette gozaba con todo lo que supusiera un toque de glamour y cada vez que tenía ocasión disfrutaba de lo que ella llamaba “sus homenajes”.
Había tocado fondo, lo reconocía, y sabía que debía hacer algo al respecto y urgentemente, pero en ese momento sólo deseaba relajarse y abandonarse a todos los vicios más mundanos del ser humano. Nunca había tomado drogas, ni siquiera había dado una calada a un porro, pero en ese instante hubiera estado dispuesta a todo. Su cuerpo le pedía nuevas experiencias y más pasión. Algo muy dentro de ella clamaba ser liberado, la esencia de Leronette pedía ¡libertad!
Leronette era una mujer de armas tomar, pero con un gran corazón, un diamante en bruto. No alcanzaba a entender todos los porqués que bombardeaban su cabeza. Las preguntas le surgían a toda pastilla como una máquina de lacasitos estropeada que lanza los trozos de chocolate a discreción. ¿Cómo podía parar esa especie de moto de nieve, su mente, que iba a la deriva chocándose contra todos los árboles del camino, haciendo un ruido estrepitoso que subía su dolor de cabeza por momentos? Estaba harta del gilipollas de su jefe. Había topado con el tipo más listillo que había a dos mil kilómetros a la redonda, ¡Qué suerte la suya!. Un Macho “retrogradus”, como ella solía denominarle, especie en vías de extinción (o eso esperaba Leronette y millones de mujeres en el planeta) pero que tenía el “aparente poder” de ponerla cabeza abajo cada vez que se plantaba delante de ella. ¿Qué era un hombre “retrogradus” en el mundo de Leronette?, alguien que se comportaba como en la época de cromañón, prácticamente con el mismo cerebro que en el pleistoceno, a veces incluso a pesar de los aparentes modales refinados y los trajes caros. Un hombre retrogradus estaba chapado a la antigua, era autoritario, gruñón, la igualdad entre hombres y mujeres en su mundo brillaba por su ausencia, es más, una gran parte de su ínfimo y poco evolucionado cerebro pensaba que la mujer estaba en el mundo para servirle (¡Qué ignorantes!). Evidentemente, en pleno siglo XXI los hombres retrogradus no manifestaban estas frases de forma literal, de lo contrario hubieran sido socialmente incorrectos. Aunque poco evolucionados, los retrogradus eran astutos y de forma consciente o inconsciente sabían cuidarse muy mucho de lo que decían públicamente. Sin embargo, a poco que se les observara más detenidamente, se les veía el plumero….¡vamos! auténticas ¡joyitas! Leronette, para referirse a ellos, inventó motes normalmente acabados en “us”. Con esa terminación les definía a las mil maravillas, retrogradus, imbecilus, estupidus, prehistoricus, etc.
Por suerte para el planeta, en el mundo existían también hombres evolucionados y maravillosos (Leronette estaba como loca por encontrar a uno que sustituyera a su jefe). Un hombre evolucionado era el que comprendía el papel de la mujer en la sociedad, el que abogaba por el equilibro entre los dos géneros, el que hacía todo lo posible para que la hembra de su vida ascendiera socialmente igual o más que él, sin envidias ni recelos, el que se comportaba de forma comprensiva, amorosa, tolerante y apoyaba mil por mil las causas femeninas, y las de sus compañeros de especie, sin competir para ver quien la tenía más grande (literal o metafóricamente. Normalmente un hombre retrogradus no soportaba ser el último de la fila, quedarse sin la razón o que otro de su mismo género estuviera por encima de él), el que dialogaba armoniosa y afablemente en vez de vociferar o quejarse. En definitiva, una persona alegre, divertida, potenciadora y con una actitud de humildad ante la vida (esta última palabra era todo un reto para un “retrogradus”, intentar incorporarla a su vida les provocaba que las venas del cuello se les hincharan como si fueran a reventar).
Por si fuera poco, en la vida de Leronette había más de un hombre de cromañón. El otro era ¡el portento de su pareja!. ¿Qué le pasaba a Leronette con los hombres?, ¿acaso no había uno evolucionado para ella?
Después de haber vivido seis relaciones fallidas, cuando conoció a Markus, inicialmente parecía ser ¡el hombre ideal!, ¡menos mal!…. sin embargo, según fueron pasando los meses, el chico fue mostrando su pelaje poco a poco, y el que empezó como amoroso y tremendamente atento y tierno, resultó ser un “homo narcisus-egoistus retrogradus”, usease…. además de un retrógrado era un narcisista egocéntrico en toda regla. ¿Por qué sabía Leronette que Markus era narcisista? Porque hasta una ciega, sorda y muda lo hubiera reconocido. Tenía una admiración exacerbada de sí mismo, sobreestimaba sus habilidades, él siempre pensaba que tenía la razón y la verdad absoluta sobre cualquier materia, incluida la cría del champiñón, se le notaba a la legua la necesidad excesiva de admiración y afirmación. Mantener con él una conversación fluida, sin que interrumpiera mil veces, era todo un logro. Si alguien había conseguido algo, ¡él más! Pocas veces tenía en cuenta las necesidades o sentimiento ajenos. Lo primero era él, lo segundo también, después el tercero y así sucesivamente. Estaba enamorado de sí mismo y no de Leronette. Con el tiempo ella comprendió que en realidad, con ese tipo de comportamiento, camuflaba una baja autoestima y seguridad en él mismo.
Cuando empezaron la relación debía estar en un periodo de lapsus de su egocentrismo, ella picó como una tonta pensando que era un encanto, un hombre atento, de modales muy refinados y aventurero. Poco a poco se le fue pasando el efecto y salió a relucir su auténtico yo, un Markus con modales de puerta para fuera, vestido como un pincel pero un machista encubierto que solo pensaba en su bienestar ¡Menuda sorpresa! En definitiva era otro hombre de cromañón vestido de Armani. ¿Es que todos los hombres que podían representar poder en la vida de Leronette eran unos “us”? ¿Qué estaba atrayendo esa piel de chocolate a su vida? ¿Habría alguna pócima mágica para deshacerse de los “us” del planeta? ¿Quién podía ayudarla? Sólo había una respuesta en su cabeza, ¡¡Pady!! Este era de los pocos hombres que ella conocía que sabía entender a las mujeres, vivía happy flower de la vida y era su ídolo, ¡¡quería ser como él!!
Su amigo Pady era gay, eso, de entrada, significaba que no tenía ningún “us” en su nombre. Además, su desarrollada femineidad le hacía estar muy próximo al entendimiento del funcionamiento de sus hormonas. Únicamente había algo que les diferenciaba, Pady tenía la gran suerte de no tener la regla. Estaba metido de lleno en una vida espiritual y aunque había intentado en múltiples ocasiones que Leronette participara de ello, hasta entonces no lo había conseguido. A ella, aunque le daba mucha envidia el humor de su querido Pady y la buena actitud que solía tener ante la vida, le parecía que todo lo que le contaba era una especie de secta friki a la que ella no podía pertenecer. Quería cambios en su vida, sin embargo el camino que había elegido seguía sin darle los resultados que ella esperaba.
Leronette trabajaba en un banco internacional en la city, un barrio de Londres destinado al mundo financiero. Vivía cerca de Wimbledon, aunque nunca había ido a ver ningún partido de tenis, porque decía que lo de las pelotas no era lo suyo, lo cual no incluía, según su novio, lo bien que a veces sabía tocar “metafóricamente y literalmente” las pelotas. Tenía un apartamento en la segunda planta de un antiguo edificio que también le daba derecho a utilizar un jardín común del poco habitado edificio, y esto significaba que Leronette acampaba libremente en verano haciendo topless y preparando barbacoas para sus amigos. Para ella era el espacio suficiente y la atmosfera ideal, pero su querido novio se quejaba constantemente de la falta de sitio para sus cosas, especialmente para sus trajes de Armani y Hugo Boss, algo quizás más propio de una mujer… es lo que tienen los “narcisus”.
Leronette tenía una mezcla de carácter rebelde y gruñón aunque podía ser la tía más divertida del planeta cuando quería, y sobre todo cuando se tomaba un par de mojitos. Sabía que tenía que buscar la manera de hacer salir más a menudo la alegría que poseía. Su trabajo la tenía bastante frustrada. Después de haber terminado la carrera en Oxford, había encontrado un puesto gracias a las recomendaciones de su padre, y allí llevaba la friolera de casi veinte años haciendo prácticamente lo mismo. La verdad es que no se había preocupado por conocer mucho mundo aparte de la ciudad de Bath al sur de Londres, algo de Escocia y por supuesto Nueva York. El shopping la volvía loca, ¡¡comprar, comprar, comprar!!, su gran terapia. El resto del mundo que no estuviera dentro del mapa que marca la ruta del avión en alguno de esos trayectos no tenía ni pajolera idea y tampoco le llamaba la atención conocer otras culturas.
Leronette tenía una relación nefasta con su jefe, chapado a la antigua hasta decir basta. Cada día cuando aparecía por la oficina, se le imaginaba vestido de cromañón con el garrote en una mano y un hueso de animal recién devorado de la otra. Por otra parte, las cosas con Markus no iban nada bien desde hacía tiempo, no soportaba más estar con un tipo que se creía el centro de toda la galaxia cósmica, sin embargo tampoco sabía porque seguía con él.
Sumado a esas dos frustraciones, Leronette no estaba satisfecha con ella misma y trataba de taparlo con las compras, adquiriendo más y más cosas que normalmente terminaba por no ponerse porque tenía el gran hábito de comprarse prendas dos tallas más pequeñas que la suya con el fin de motivarse para adelgazar los diez kilos que la sobraban. Y por último el tema de la maternidad había estado torturando sus pensamientos en los últimos tiempos. No sabía si se estaba perdiendo algo realmente magnífico o si por el contrario tenía claro que no quería ser madre, aunque muy claro no podía tenerlo cuando se seguía parando en los escaparates de tiendas de bebé ensimismada con la ternura que la producía.
El conjunto de la situación parecía haberla empujado a un callejón sin salida donde la tocaba despertar de un largo letargo de marmota, todo apuntaba a que esta vez se habían acabado las excusas en su vida, era hora de tomar ¡acción!