Permíteme que hoy cuente una historia acerca de tí. Sí, tú, quien lee.
Hace un poco más de una semana que decidiste tomar las riendas de tu vida, que decidiste que valía la pena mirar por tu propio bienestar, porque te lo mereces.
Hoy, al fin, tras muchos días de ajetreo, tienes un día libre y por eso has preferido quedarte un ratito más en el calor de tu cama. O al menos, eso habías decidido, pero, tan solo un poco más tarde de tu horario habitual de descanso, has despertado con demasiada energía, y es como si te picasen las sábanas. Necesitas salir de tu letargo, es imperativo.
De todas maneras es demasiado pronto y como tus planes no empiezan hasta un par de horas más tarde, decides que darás un paseo y antes de planteártelo dos veces, antes de que te entre la pereza y las dudas, porque hace demasiado frío, estás en la calle, y te sientes rebosante de vida. No puedes explicar muy bien el porqué, pero aunque el aire es frío y parece que va a cortarte las mejillas y las orejas, te invita a respirar hondo, y a caminar. Y pronto empiezas a correr.
Parece increíble, pues hasta hacía bien poco pensabas que eras incapaz de sentirte tan libre, haciendo algo tan sencillo. Pero algo en tu interior un día cambió y es como si lo vieras todo desde otra perspectiva. Mientras te mueves no puedes dejar de reparar en la belleza de las cosas más sencillas. Sientes que no hay un momento mejor para estar vivo/a y que aunque en el fondo te gustaría vivir en otro sitio o conocer sitios nuevos, te sientes muy agradecido/a de tener lo que tienes…
Cuando llegas a casa tras haber gastado un poco de tu gasolina, recoges el correo y te das una gran ducha y un buen homenaje. Mientras desayunas, lees tu correspondencia y para tu asombro hay una notificación por impago, y la amenaza de un corte de suministro. “Vaya por Dios”, susurras. Tu gesto se tuerce un momento, el disco lleno de melodías alegres que sonaba en tu cerebro para de golpe, y haces una pausa. Estas a punto de mandar tu felicidad al garete por el disgusto, cuando ves que la fecha de pago es justo mañana, y no tienes suficiente dinero en tu cuenta.
Te llevas las manos a la cabeza, entonces recuerdas una de las primeras cosas que descubriste hace apenas unos días. “Sólo por hoy, no te preocupes”. Suspiras con alivio. En efecto, has recordado que no vale la pena preocuparse y auto flagelarse con las cosas que aún no han sucedido, no es justo para ti. Lo que debes hacer, porque, recuerda, decidiste tomar las riendas de tu vida, es OCUPARTE del asunto, y buscar su solución. Así que coges el teléfono y llamas a la atención al cliente, para poner en orden esa situación.
La operadora parece que está aún dormida o muy cansada y no te entiende al principio. Así que transfiere tu llamada a otro departamento, y de éste a otro, y otro. Tu paciencia se está resintiendo, y cuando estás hablando con la quinta persona, resulta ser alguien que no domina bien el idioma y parece tan irritada (o más) que tú. “Sólo por hoy, no te enfades…” te susurra tu mente. El enfado, la ira, no consiguen más que hacerte malgastar tu tiempo en pasarlo mal. Ahora sabes que no vale la pena.
Eso te calma, y sin darte cuenta comprendes que al otro lado de la línea hay también una persona con sus problemas, y que quizá está harta de que la gente no sea paciente con ella por su acento, de que la gente la prejuzgue por eso mismo, y que no la crea capaz de ejercer su trabajo por un detalle tan simple. Es una profesional muy eficiente que solucionará tus asuntos, si se la trata con el debido respeto. Al sentirte tú mejor, la operadora también se siente mejor, y rápidamente te concede una prórroga para completar el pago. Agradeces su trabajo de corazón y casi puedes sentir su sonrisa. Problema solucionado.
Habías quedado a media mañana con un amigo al que hacía mucho que no veías pero en el último momento te avisa de que no va a poder acudir. Y te da pena porque tenías muchas ganas de volver a verle. Posiblemente de no ser en este día no tendrías una oportunidad más. Por unos momentos tu yo de antes asoma la cabecita y pretende que tires la toalla sin más. “Bueno, ya lo verás en otro momento” te dice esa vocecilla derrotista. Sin embargo, tu deseo es el de VERLE y saber como está; contarle cómo te ha ido en tu vida y conocer cómo está siendo la suya. Vaya, ¡de verdad que quieres pasar ese día con él!.
Es tu deseo y nadie salvo tú puede impedírtelo, confías en ti mismo/a: algo así te hubiera dado corte antes, pero ya no. Le insistes y te enteras de que, lo que le pasa a tu amigo, es que tiene que hacer un par de gestiones y unas compras importantes de última hora. Te ofreces a acompañarle, y para él es una agradable sorpresa, porque son tareas que en verdad le fastidiaba realizar, pero con tu compañía se harán más amenas. Así te lo comunica. Cuando por fin os veis, a pesar del paso de los años, sentís como si no hubiera pasado el tiempo. Al final te invita a comer, y aunque por el momento se tiene que marchar con urgencia, quedáis para veros otro día. Tu interés le ha motivado a retomar vuestra amistad.
En vez de volver a casa, te quedas en el centro comercial donde habéis completado las compras de tu amigo. Se te ha ocurrido que podrías concederte un par de caprichos, ya que estás ahí. Te acercas al cine y decides que puedes entrar a ver esa película que a los demás les parece tonta, pero que te mueres por ver. Además hoy es el día del espectador, y a esas horas aún hay poca gente. ¿Qué mejor oportunidad que esa? ¿Vas a desaprovecharla por no ir acompañado/a, por lo que puedan pensar otros? Pues ¡Qué va! Allá que vas. La película resulta ser una obra de arte que te toca en lo más profundo, y estás profundamente feliz de haber disfrutado de esa experiencia íntimamente.
Aún es media tarde y están abiertas las tiendas. Sabes que no puedes gastar más dinero, pero eso no impide que te pruebes algo de ropa. Entre las cosas que se te han antojado, está el sentirte un poco más guapo/a. Las tallas antes eran un problema bastante traumático, porque te fiabas demasiado de lo que dictaba el resto del mundo. Como si tener una talla como la tuya fuese un delito. Ahora sabes que es una de las cosas que te definen como persona, y que eres una persona maravillosa, y que te sientes muy a gusto contigo mismo/a. Además, la talla es sólo un número, una medida, que puedes modificar o mantener con sólo desearlo, pues comprendiste al fin que tu voluntad es de hierro y que eres capaz de todo lo que te propongas. Y todo el día te lo has estado demostrando. La gente que critica tu comodidad con tu talla, en verdad tiene envidia de la seguridad que tienes en ti. Lo sabes, porque antes también eras así. Pero ahora tienes confianza, te quieres más.
Tras probarte unas cuantas prendas, te haces algunas fotos en esas que te quedan mejor, madre mía, ¡estás para derretirse!. Entonces mirándote en el espejo se te ocurre que tal vez te vendría mejor otro corte de pelo. Tal vez uno sutil… o algo más radical. Te parece recordar que en la peluquería del centro comercial estaban de oferta, a un precio muy económico. Como todavía tienes tiempo, te dejas llevar por el impulso, te atreves, lo haces, y no te arrepientes en absoluto. Ese pequeño cambio era algo que necesitabas, algo que externaliza el cambio de tu interior. Te sientes genial, como nunca antes. Eres alguien nuevo.
Te haces una foto, la mandas a tu gente, y terminas el día quedando con algunos amigos que, curiosamente, menuda coincidencia, te invitan también a cenar. Y te comentan que te notan distinto/a, que hay “algo nuevo que parece brillar” en ti. Que da gusto estar contigo. Te das cuenta de que incluso la gente por la calle te mira y sonríe. Eres feliz.
Porque ahora confías en ti, sabes que eres capaz de lo que te propongas, sabes, que no debes tener miedo ni vergüenza y comprendes que todos somos humanos. Ahora vives en paz, te aceptas, te quieres, y a pesar de que tengas deudas, de que se te presenten problemas cada día puedes superarlos. Comprendes que cada día puede ser único y está lleno de sorpresas y que cuando mantienes esa actitud, las cosas buenas se te presentan solas. Lo sabes…
Pero aquí acaba este relato. Y te dejo con la pregunta: ¿Lo sabes? ¿Serías capaz de vivir así? ¿Serías capaz de quererte más?